02 Leyendas; Sin sentido

 Volvió a su cabaña donde una vez consiguió cerrar la puerta que estaba algo quemada, cayó rendido ante el cansancio del esfuerzo constante.


Al amanecer, los primeros rayos del sol entraban por la ventana y calentaba a duras penas las esquinas del hogar. La ventana rota dejaba pasar un silbido constante del viento que había en el exterior mientras que el hombre abría los ojos lentamente y levantaba su pesado cuerpo cubierto aún de pieles. Le dolía cada ínfima parte de alma, pero más dolor sentía al pensar que si todo aquello había sido real. 

Una vez de pie, tomó algo contundente para desayunar que sacó de su bolsa de la pasada noche, recogió todo lo que pudo y apañó con tablas de madera el hueco de la ventana donde se filtraba el frío. Cada acción que hacía le recorría en la mente un constante sueño en llamas, volvía a mirar al bosque por si algo se le escapaba pero solo alcanzaba a ver el reflejo de una nieve asentada y los tímidos árboles que silenciosos le rodeaban. 

El hombre mascullaba palabras entre su barba y en una de sus vueltas de mirada vio que un árbol tenía arañazos quemados. El recuerdo de aquella mujer le llenó el alma, sabía perfectamente que algo más fuerte que el destino les unió y el rojo de su pelo se cala en su mirada cada vez que observaba la arbolada. 

Aún de madrugada las tareas pendientes ya las había finalizado, pero solo le faltaba sentarse y pensar. Buscar una pista de todo lo que sucedió, un momento que le diese a entender que no se estaba volviendo loco. 

Golpeó con fuerza la mesa y se levantó de forma ágil pese al constante dolor que sentía en todo su cuerpo, marchó por dónde sus recuerdos le guiaban y finalmente se adentró en la espesura del bosque. Al llegar al lugar donde todo le era ajeno y sin embargo tenía una imagen fiel grabada, vio como rastrojos de tierra quemada y huellas de carreta acompañadas de pequeñas pisadas daban nombre aquella aventura que estaba por comenzar. 

Recogió del suelo la flecha partida en cachos que uno de los hombrecillos había lanzado. Seguía el rastro de la carreta con la esperanza de que no hubieran hecho mucho camino, pero solo los dioses lo sabrían dado que desde la pasada noche las horas habían transcurrido más rápido de lo habitual. 

Tras varias horas de caminata, finalmente el hombre se encontró un claro en el bosque, tierras que él juraría no conocer pese a la semejanza de todo cuanto le rodea. Una columna de humo sobresalía por la copa de los árboles que lentamente se balanceaban al unísono con el viento. Aceleró el paso para averiguar si eran aquellos seres los que estaban quemando cosas y con suerte descansando. 

Cuánto más se acercaba al origen el ruido de objetos metálicos, voces agudas como agujas y movimiento de pesadas patas se hacía notar cada vez más, mientras que el temblar del suelo hacia que un nudo en el estómago del ermitaño le paralizara cada pasó que daba. Escondiéndose entre algunos matorrales que había conseguido captar la luz de las ramas de los árboles, permanecía agachado observando como un campamento se desplegaba ante él lleno de esos seres verdes. 

Había gran variedad, y se podría decir que pese a ser más de un centenar ninguno era parecido a otro, sólo tenían en común aquella mirada perturbadora de un asesino que no consigue saciar su alma. 

Entre el bullicio consiguió vislumbrar la carreta, pero ya no había un jabalí en su parte delantera, sin embargo los dos hombres verdes se encontraban junto a esta discutiendo tal como los recordaba. El más alto ya no vestía una ropa de cuero, si no que en lugar de ello llevaba una pequeña malla metálica con hombreras adornadas por pinchos también oxidados, como si el paso del tiempo hiciera más mella de lo habitual en todo lo que tocaban. El ser verde golpeó en el hombro al más bajito, provocando que perdiera el equilibrio, sin embargo contuvo la forma y desvío un oscuro sentimiento hacia su puño que apretó con fuerza mientras clavaba su mirada en el suelo. 

La red negra colgaba de la parte trasera de la carreta, y el ser más alto de los dos la cogió con fuerza mientras se la enseñaba a su compañero. Este último asentía con desánimo y en su cabeza maquinaba algún plan de venganza. Tras la reyerta ambos fueron caminando a paso rápido a una de tantas tiendas de campaña que había por todo el recinto. El espesor de la bruma más el humo impedían ver el final del campamento por lo que no sabría decir hasta donde se extendía, mientras que su mirada seguía a ambos seres se entrecruzó una jaula de hierro bien situada al lado de la cabaña donde se había escondido los seres verdes. En su interior estaba la joven de cabello rojizo arrodillada mientras que con una rama dibujaba runas en el suelo de su confinada casa.

El hombre al verla comprendió que sus sueños eran realidad, que todo el cansancio acumulado de una noche ajetreada le golpeaba con la imagen de una joven con lágrimas en su cara. Agachado fue gateando hasta ponerse a la par con la jaula, sin hacer ruido aunque el constante griterío y los carros moviéndose de sitio sin parar era casi imposible que alguien escuchara que allí había un hombre que triplicaba la talla de cualquiera que en ese campamento habitaba.

-¡Eh!- dijo el ermitaño mirando fijamente la espalda de la joven - Oye, mírame - 

La joven giró su cabeza y al ver al hombre su mirada se encendió con la misma viveza que cuando la conoció. Aferró sus dos manos a los barrotes y acercó su cara

- A keni ardhur (has venido) - Dijo con una dulce voz que anido como un pájaro en sus orejas. Él, que puso cara de desconcierto, se acercó un poco más a la jaula - Mira muchacha, no entiendo lo que dices ¿No sabes hablar mi lengua? - Ella volvió a entonar sus palabras a modo de respuesta
Unë kam nevojë për ju që të më nxirrni nga këtu (necesito que me saques de aquí)- Mientras gesticulaba con las manos

El hombre, que le hizo un amago con las manos para que se calmara, rodeó la tienda de campaña.

¡Mos shko! (¡No te vayas!)- Le gritó la joven mientras sacaba un brazo de la jaula, en ese mismo instante pasó un hombrecito verde que golpeó los barrotes con una vara - ¡A callar! ¡Monstruo! - Le gritó con una voz adornaba por los atisbos de la vejez.

El ermitaño continuó a gatas entre los setos, hasta llegar a un pequeño claro donde había dos estructuras de madera sujetadas en sus extremos con tripas de algún animal, o eso esperaba que fueran. El ermitaño echó mano a su mochila donde sacó una pequeña piedra de sílex que guardaba y le acompañaba siempre que salía de casa. Con el hacha en la otra mano y con algo de yesca que recogió de las ramas más secas de los setos donde se escondía, inició una pequeña fogata que se avivó con cada soplido que daba. En pocos minutos la llama cogió contundencia y consumió todo lo que tocaba.

Cuando las dos barracas estaban en llamas, uno de los seres verdes observó como el fuego campaba a sus anchas y comenzó un griterío de auxilio que se extendió por todo el campamento. Las barracas estaban lo suficientemente cerca de las tiendas de campaña para que el fuego las alcanzara, por lo que todos los seres que allí cerca estaban corriendo en ayuda para evitar una tragedia mayor. El ermitaño aprovechó el momento para correr de nuevo hacia la jaula, donde la joven sonrió mientras se le escapaban las lágrimas.

- Vale, no te muevas, voy a... - se quedó de nuevo paralizado pensando en cómo sacar aquella mujer de su incómoda estancia - creo que puedo romper el candado -

Agarró con fuerza el hacha y golpeó con toda su fuerza la cerradura. El óxido acumulado y mala elaboración de aquellos hierros hicieron el trabajo más fácil de lo que cabía esperar.

La joven, que una vez se abrió la puerta de la jaula, comenzó a tomar un brillo en su piel que rápidamente se tornó a fuego, su cabello se izó y con una fuerte explosión se levantó del suelo aquella imagen que el ermitaño ya casi añoraba.

Él sin embargo cayó al suelo, siendo ya habitual en todos sus encuentros, mientras que volvía maravillado a ver aquella llama que en lugar de miedo le dio esperanzas para seguir creyendo en todo lo que algún día había apartado de su vacía calma.

El elemental asintió con la sonrisa característica en su cara y comenzó a invocar las llamas en las yemas de sus dedos. Carros, seres verdes y tiendas de campaña ardían por igual, mientras que en el lado opuesto las barracas continuaban en llamas y estas ya habían alcanzado las tiendas de campañas.

Algunos seres verdes tiraban nieve sobre las llamas, pero el fuego estaba muy avivado y las pequeñas palmas no abarcaban suficiente.

El campamento que de por sí tenían un ajetreo intenso, en ese instante se convirtió en un verdadero campo de batalla, mientras que los seres verdes disparaban flechas y lanzas al elemental que cada vez se alzaba más, el fuego desbastador brillaba en el reflejo de la nieve blanca. El ser verde que el ermitaño conocía, salió corriendo de la tienda donde se resguardaba y al ver todo aquello que se acontecía se echó las manos a sus picudas orejas. Corrió ágilmente entre todo lo que pudo mientras gritaba

Skyd ikke! Stop ilden! (¡No disparéis! ¡Alto el fuego!)- y el sonido de sus palabras se ocultaba entre el bullicio del momento.

Corrió y con fuerza golpeó en los brazos a otro que mantenía apuntando con su arco, el golpe provocó que este soltará la flecha y lo mirara con rabia. 

- Jeg sagde, skyder ikke! Vi vil have hende i live! (¡He dicho que no disparéis! ¡La queremos con vida!)- Vociferaba y señalaba con gestos para que nadie más atacara. El elemental, al ver que las flechas dejaban de intentar alcanzar su vida, voló alto y huyó del campamento. Sin embargo, el hombre que carecía de habilidades especiales no tuvo más remedio que agacharse y gatear hasta que estuvo a salvo, donde se levantó y volvió por el mismo camino que había venido. 

Tras una severa caminata, el ermitaño se sentó a descansar, sacando de su mochila una bota de hidromiel de la que bebió con fuerza. En ese momento, el elemental descendió del cielo y justo antes de tocar suelo, lentamente posó los pies con delicadeza, como si se fuera a romper. El calor que emanaba derretía la nieve bajo si, y las pisadas dejaban un sonido característico de madera mojada al fuego. 

Zjarri është në borxhin tuaj (el fuego está en deuda contigo)- dijo mientras sonreía y colocaba ambas manos en su pecho. Él, que sentado veía tal espectáculo con asombro y fascinación, derramó un chorro de hidromiel.
- Sigo sin entenderte - dijo finalmente cuando despertó de su asombro. 

El elemental se acercó cada vez más al hombre, volviendo su cara en un gesto de tristeza. Acercó sus manos ardientes lentamente a la cara del hombre el cual comenzó a temblar y a sudar al mismo tiempo. 

Cuando el calor se convirtió en insoportable, de las manos se despegó el fuego como si de una piel se tratará, y los trozos de corteza comenzaron a convertirse en unas manos de seda. Acarició su barba al mismo tiempo que se ponía de rodillas ante él, volviendo frente así la imagen de la joven con cabello de fuego. 

Como siempre, el ermitaño repetía los sentimientos antes tal ser del mundo de la magia, paralizado por el miedo y ahora por su belleza. 

Fati na bashkoi dhe ju do të më ndihmoni të gjej motrat e mia (el destino nos ha unido, y tú me ayudarás a encontrar a mis hermanas)- en sus ojos se podía ver la esperanza de una nueva, acercó sus rosados labios a sus frente y le besó. El hombre cerró los ojos y sintió como un calor le recorría el cuerpo, descendiendo por su cuello y devolviendo el sentido a los pies y manos. 

La joven se marchó andando unos pocos pasos, y cuando parecía que iba volver a echar a volar, dio media vuelta y esperó con los brazos cruzados. Atónito parpadeo, recuperando el frío característico de aquel ambiente en su cuerpo que volvía a invadir cada ínfima parte de su piel como si una enfermedad se tratara. 

- ¿Qué... Que ocurre? - proyectó con la cabeza la duda que le surgía. Ella volvía a repetir sus palabras ilegibles para los oídos de los humanos

- Sigo sin entender una palabra de lo que dices...- dijo el hombre con voz deprimida.

Se puso en pie volvió a caminar dirección a su cabaña, al mismo tiempo la joven comenzó la caminata junto a él.

- ¿Me vas a seguir? Eres libre, puedes ir a donde quieras - el hombre gesticulaba con las manos ya que sabía que sus palabras no iban a llegar a ningún puerto

Ti je i vetmi që mund të më ndihmosh (eres el único que puede ayudarme) - dijo la joven con su característica sonrisa en los labios. El ermitaño se echó la mano a la cabeza y suspiro. Su caminata comenzaba y solo esperaba que no fuera un error el haber salido a buscar a este elemental entre la inmensidad del bosque.


Mientras tanto, el campamento los hombrecitos verdes continuaban las labores para restaurar el caos normal del lugar. El ser que había dado la orden de parar los disparos de las flechas se encontraba enfrente de la jaula que estaba abierta. Tomó en sus manos el cerrojo y lo observó.

Hvordan kunne han undslippe? (¿Cómo pudo escapar?) - dijo una voz serpenteante en su espalda.
 - Hun alene gjorde det ikke (Ella sola no lo hizo) – dejó caer el cerrojo al suelo - I aften spiser vi menneskelig middag (esta noche cenaremos carne de humano) – todos los seres verdes que escucharon esas palabras gritaron con euforia y alegría al cielo oscurecido por hileras de humo negro.

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