01 Leyendas; Sin su presencia
Parpadeo con fuerza para recuperar las lágrimas que le habían sido arrebatadas por ese monstruo de cuyo nombre desconocía. Cayó sentado mientras aún sujetaba el mango de su hacha y hacía crujir la nieve con los pantalones de tela gorda para el invierno reforzados por dentro con lana de oveja. Pequeños peldaños de hielo se formaban entre las ramificaciones de su barba oscurecida, al mismo instante que posaba la mirada en el último punto que vió aquella luz cálida.
Aclaró su mente con pensamientos sobre el frío que lo rodeaba, tomó los troncos como pudo entre sus brazos abiertos, y salió corriendo de aquel lugar.
A lo largo del camino de nieve aplastada, veía la luz de su cabaña donde esperaba estar al resguardo al menos hasta mañana. Entró casi echando la puerta al suelo y cerró con fuerza. Soltó los troncos esparciéndo los por el suelo y cuando terminó, tomó una jarra del licor amarillento que había destilado el mismo. Se sentó dejando descansar sus brazos por el esfuerzo del sofoco y las piernas por la carrera.
Bebió, como siempre bebía, continúa y ahogadamente. Se sujetó la cabeza con una mano pensando que era lo que se había cruzado en su camino. En aquel momento recordó un fuego intenso, una llama parpadeante que volaba como una mariposa con luces el lugar de alas, en ese instante veía la chimenea arder en una calurosa, leve, tenue y casi efímera llama dejando un reflejo que se asomaba por la ventana escapando por las paredes de su hogar. Ventana donde él posó su mirada y con el mismo brillo que se proyectaba corrió hacia la llama para apagarla. A pocos pasos, se tambaleaba una llama de una vela y la sopló. Algo más lejos, en la puerta de su casa, colgado había un candelabro para cuando salió a por madera que se olvidó apagar cuando entró corriendo...
Y fue hacia la puerta soltando todos los cerrojos que había colocada al entrar. Removió hasta el último peldaño, hasta que la astillada puerta abrió hacia un páramo de nieve que cubría todas las partes que llegaba la luz de esa fachada. La descolgó con sus dedos gruesos y casi tirando el candelabro al suelo apagó el pequeño fuego. Ahora, la noche bañaba esa arbolada, y ni la luna conseguía filtrar sus rayos entre las ramas, por lo que la oscuridad más intensa era lo único que quedaba, ya que había consumido todo aquello que emanaba una luz.
Pasaban los segundos cada vez más tenso, desviando sus pupilas hacia cualquier lugar mientras tocaba el marco de la puerta con las yemas de su palma abierta. Una vez rozó la madera áspera se despertó de su trance y corrió al interior con la misma velocidad que la primera vez, pero en lugar de soltar cosas tomó una mochila de cuero rasgado por el castigado uso donde metió algunas herramientas, tanto pan como pudo y una bolsa de piel para el hidromiel, todo ello mientras se echaba encima un abrigo de pelo de cabra.
Una vez pertrecho de todo aquello corrió hacia la puerta donde un fogonazo y un pequeña explosión llamaron con un estruendo ensordecedor, cayó al suelo y lanzó un pequeño rugido.
Frente a frente volvía a estar aquella figura de fuego que levitaba con una sonrisa inocente en su mirada. Él, paralizado por el miedo, veía como se adentraba en la cabaña lentamente y miraba con asombro cada pequeño detalle que aquel hombre había construido, tallado o cocinado. Permanecía su cuerpo inerte salvo por aquellas llamas desviadas que chasqueaba de vez en cuando en su cara.
Él solo sentía en su barba un calor penetrante por su gruesa armadura de distintas pieles. Tocó con la mano más alejada el mango de su hacha mientras que con la otra la mantenía apretada contra el pecho cerrando un puño con la correa de la mochila en su interior. Las gotas de sudor comenzaban a descender por su frente y mejillas ahora sonrojadas. Los labios se secaban e inconscientemente, petrificado por el desconcierto sin poder mover un músculo, sacaba su lengua y se relamió. Levantó su pesado cuerpo del suelo con movimientos bruscos, lo que provocó que el elemental se asustara poniendo sus manos sobre su pecho y cara, mientras que cerraba los ojos por si él atacaba. El hombre vio un segundo de duda en la bestia y cogió tanto como pudo que no se le cayera de las manos, saltó por la venta la cual se hizo añicos en cientos de pedazos. Al caer sobre la nieve blanca apoyó ambas manos y con el peso se clavó en su espesura. Insistió en su intento y consiguió levantar una de las dos piernas pudiendo darle impulso para correr nuevamente en aquella noche y por aquella arbolada.
El elemental asombrado por el espectáculo, se asomó por la ventana para ver como aquel torpe hombre se desbocaba por correr de su propia casa.
El ermitaño continuaba su plan de escalada por el manto de nieve hasta donde comenzaban los primeros árboles lugar en el cual ya pudo reponer la compostura y correr con normalidad sin devolver la mirada, sin parpadear, solo corría y sin saber bien a que lugar. Tras unos cuantos metros de zancadas, aminoró el paso y apoyó la mano que sujetaba su hacha contra el tronco de un pino de inmenso tamaño. Tomó aliento y se sintió exhausto. Golpeó levemente la cabeza contra la corteza que crujió al chocarse. Pensó que era aquello, de donde había salido y por qué le buscaba.
Unos pequeños pasos y unas voces agudas gritaban, mientras el brillo de una antorcha se filtraba entre distintos troncos de los árboles y cada vez se hacía notar más y más. El hombre cogió las cosas y agachado se acercó cuanto pudo, tras llegar a un árbol donde parecía que salían los rayos de aquella luz medio apagada, asomó un poco la mirada para saber si podía pedir auxilio o alguien que le escuchara la terrible historia que debía contar.
Y mucho más lejos de lo que imaginaba, postrado ante él se encontraba una carreta tirada por un pequeño jabalí de pelaje negro y colmillos ensuciados. Apoyado en uno de los lados de esa carreta descansaba un diminuto hombre verde, cubierto de cueros mal cosidos, con brazos finos y uñas largas. Su cara, donde había una nariz larga que exhalaba vaho constantemente y una boca con dientes afilados que gritaba, emanaba chillidos a diestro y siniestro contra otro ser de su misma envergadura el cual se recogía en su figura en una mezcla de vergüenza y miedo.
Eran tantos los seres y momentos desconciertos que se iban acumulando en la cabeza, que no pudo reaccionar con cordura perdiendo el don de la precaucion al pisar una rama seca a los pies del árbol. Tras el chasquido al partirse en dos, el hombrecito que se encogía en su figura, se giró rápidamente, cogió un arco de madera con una tripa de cerdo a modo de cuerda, cargando rápidamente este con una flecha que sacó del carruaje.
Sin querer dejar de hacer el amago de gritar, buscaba con la mirada que hubiera sido eso que había provocado el ruido justo hacia donde estaba el ermitaño. El ser que seguía buscando sin cesar la amenaza, esforzaba su gran napia para absorber un líquido verde que caía lentamente por sus fosas nasales.
El ermitaño tomó con fuerza el mango de su hacha y dio unos pasos hasta ponerse a la vista de la luz de la antorcha. Los diminutos seres se sobresaltaron y chillaron aún más si cabe de lo que se había oído, acompañados de saltos y señales con sus dedos que indicaban lo que parecía obvio. El diminuto ser que estaba apoyado en la carreta echó mano a esta donde sacó un garrote bruscamente tallado con el mango reforzado y en la cabeza un cúmulo de finos clavos violentamente colocados. Sin embargo, el otro ser tomó la iniciativa, apartó a su compañero y disparó allí donde se alzaba perplejo el hombre. Parpadeó y reaccionó para poder esquivar la punta de flecha que fue arrojada a su cabeza.
Un reflejo en su espalda le hizo sobresaltar del suelo donde había caído, al volverse para ver, se encontró nuevamente frente al elemental de fuego que esquivaba la flecha con un golpe de mano y un estallido de fuego.
El hombre se arrastró por la mezcla de arena y nieve en el suelo, dando su espalda a los dos seres verdes, sin perder de vista aquella llama persistente. Ambos bichos verdes canturrearon una canción con sus toscas notas mientras cogían entre los dos una red de color negro. El hombre y el elemental cortaron su duelo de miradas para observar la torpe manera en la que los dos bichos se colocaban para lanzar aquella red. En ese instante el hombre se puso a cuatro patas y gateó hasta llegar detrás de un árbol, se asomó para saber si era el elemental su presa o solo tuvo la suerte de estar en el lugar y el momento equivocados.
Efectivamente era el elemental la presa de aquella cacería, puesto que alzaron la red con una fuerza impropia de su tamaño sobre la cabeza del elemental que se levantaba a unos palmos del suelo, donde todo lo que allí hacía sombra se quemaba. La red, que en las manos de los hombres verdes tenía un color oscuro, cambió completamente al rozar el calor del fuego, volviéndose un tono amarillo como el de los rayos del Sol, y en el mismo instante que tocó al elemental se produjo un fogonazo en mitad de la noche, por el cual el ermitaño debió proteger su mirada levantando el brazo y tapando así su cara.
Al volver a retomar la escena, lo primero que vio fue como los dos hombres verdes tiraban de la cuerda de la red hacia el carro, mientras que en el otro extremo desapareció la imagen en llamas convirtiéndose en una mujer de piel pálida y una larga melena teñida con los colores del mismo fuego. El sonido de la tierra al ser arrastrada y posteriormente los golpes al chocar contra la carreta donde los seres verdes la habían subido, llenaban el implacable silencio que desapareció en aquella arbolada. Una vez la mujer estaba asegurada en la carreta, uno de los seres subió de un salto y con las riendas atizó al jabalí que este comenzó a chillar y correr a una velocidad desbocada. Por ende, el otro ser que no le había dado tiempo a subir a la carreta, cayó de bruces contra el suelo y ágilmente corrió tras la caravana que se alejaba más rápido de lo esperado de aquél lugar.
El ermitaño perplejo, se sentó sobre el tronco en el que descansaba y abrió los ojos como si la luna llenara sus enrojecidas pupilas. Pensó no durante mucho tiempo y corrió como lo llevaba haciendo toda la noche, sin descanso y con miedo.
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