13 Leyendas; Sin pensamiento
Salieron todos de la sala por la puerta que se encontraba al lado de la mesa en la pared opuesta, quedando solamente los aventureros con Astra quien les invitó a seguirle con un gesto de su cabeza, volviendo por el camino que habían seguido hasta la calle despidiéndose en silencio del hombre que se encontraba en la puerta de la entrada.
- Ya nos conocéis – dijo Astra una vez se quedaron en la calle, donde el Sol ya no daba en ninguna de las esquinas de aquel barrio – ahora nos toca conoceros a vosotros – terminó diciendo mientras volvía a colocar sus brazos cruzados delante de su pecho.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó Linfa.
- Esa puerta que tenéis ahí es mi casa, la que medió la hermandad cuando llegué a esta ciudad, usarla para pasar la noche porque mañana necesitaremos que hagáis algo para poder confiar en vosotros – al terminar aquellas palabras apartó con una mano a los aventureros y siguió el estrecho pasillo en dirección nuevamente a la plaza.
- Esto cada vez me gusta menos – le dijo Roin desconcertado por lo que ocurría.
- Tendremos que hacer lo que nos digan para poder acercarnos a mi hermana – le intentó calmar Linfa mientras seguía con la mirada el camino que había tomado Astra hasta desaparecer por una esquina – No tenemos que olvidar que esta ciudad no es ni mucho menos parecida a los lugares donde hemos estado viviendo hasta ahora -.
Aquellas palabras hicieron que Roin añorara su cabaña en el bosque donde había dejado tantos recuerdos sin ordenar. Ambos entraron en la puerta que le había indicado Astra, encontrándose unas escaleras nada más abrirla, dirigiendo su camino hacia un sótano decorado con distintas prendas de ropa que se usaban para la guerra así como armas y otros artículos que parecían de un soldado que ha recorrido el mundo luchando.
Al final de la sala había una sola cama muy estrecha lo que provocó que tanto Linfa como Roin se miraran incómodamente al pensar que debían pasar ahí la noche hasta que Roin vio una butaca y una mesa redonda que le llegaba a la altura de los tobillos.
- Yo dormiré ahí – le dijo mientras se acercaba para acomodarla.
- No por favor, eres un simple humano y por lo que tengo entendido a tu edad tenéis que cuidaros más – le dijo Linfa con una dulce entonación en sus palabras, pese a intentar suavizar aquellas últimas Roin sintió una punzada de odio que devolvió con el ceño fruncido sobre su cara, lo que hizo que Linfa se asustara al ver a su compañero herido moralmente.
Roin cogió la mesa y la acercó a la silla mientras que dejaba la mochila a un lado y sacaba el libro de las criaturas que tenía.
Linfa caminó con cara de disculpa a la cama sin querer decir alguna palabra pues no sabía cómo amenizar el dolor que había provocado a su amigo.
- ¿Qué es ese libro? – le preguntó mientras se sentaba en la cama, siendo esta una serie de tablas colocadas en el suelo y un colchón de paja encima con un cojín relleno de lo que parecía pelaje de algún animal.
- Este libro cuenta las anotaciones de un hombre que recorrió el mundo buscando información sobre seres místicos de esta tierra – le respondió Roin mientras buscaba página tras página.
- ¿Habla sobre mis hermanas? – continuó preguntando la joven.
- Cuenta historias sobre seres fantásticos pero en ninguna de las páginas pude ver que llegara a mencionaros – dijo mientras intentaba encontrar algún dato que hablase sobre elementales.
- Supongo que no fue hasta hace poco que nos mezclamos con el mundo de los humanos – dijo Linfa al tiempo que se tumbaba.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó Roin al no saber de donde venían los elementales exactamente.
- Nosotras no hemos tenido nunca forma humana, cada elemental se mueve a su libre antojo por su correspondiente elemento – ella cerró los ojos para recordar como era vivir en el agua – tal como me contaste que las sombras una vez os atacaron en aquella cueva, pues nosotros vivíamos igual – al continuar la historia Roin sintió la necesidad de cerrar el libro y prestar atención aquellas palabras para saber más sobre su compañera – pero desde aquel día me cuesta convertirme en agua, además de no poder hacer nada en entornos tan secos como este – se recostó sobre su hombre para ver al ermitaño que prestaba atención a lo que narraba.
- Tu hermana se transformaba en una especie de tronco en llamas – recordó Roin la primera vez que la vio.
- Mi hermana siempre fue mucho más que nosotros – su mirada quedó entristecida – siempre más lista, más fuerte, siempre lo fue todo y cuando nos encontrábamos con nuestros elementos ella deambulaba por la tierra sin que nadie se diera cuenta de su presencia -.
- ¿Estás diciendo que tu hermana es la única que puede transformarse en un elemental que vuelva y hace lo que quiera? – Roin preguntó mientras acercaba su cuerpo hacia Linfa sin levantarse de la silla, obteniendo como respuesta un si con el movimiento de la cabeza de la joven – en algunos momentos no terminaba de creer lo que estaba viendo, y aún sigo sin saber exactamente lo que estoy haciendo – dijo Roin a modo de réplica al movimiento de su compañera.
- Roin, no sabes lo que es para nosotras que un humano mortal nos ayude, de su vida y nos cuide- ella levantó su cuerpo de la cama para sentarse en el borde de esta – aún pasados varios días en vida como humana en aquella caravana con todas las personas que me cuidaban y querían, sentía no pertenecer a este mundo, sola y constantemente asustada, como si me faltara una parte de mi – ella se levantó y caminó con los pies ahora descalzos por la habitación hasta ponerse al lado de su compañero – por eso tengo que darte las gracias, ya que cuando estoy contigo me siento a salvo, y sé que mi hermana confió en ti porque sentía lo mismo – ella se quedó en silencio de cuclillas junto a su compañero, observando con aquellos ojos verdes al hombre que permanecía en silencio delante suya.
Roin sintió el calor de la mano de su compañera sobre la suya, y un pinchazo en la espalda le hizo recolocarse sobre el asiento rompiendo la tensión que se había formado en un momento.
- Ya te dije que hacía esto porque sentía que era lo correcto – él quiso reclinarse en el asiento sin llegar a lograrlo pues se había atascado – y cumpliré mi promesa aunque suponga que muera en el intento – y su mirada se quedó firme sobre el verde de la joven que se quedó allí sin decir nada.
Ella volvió a su cama sin pronunciar ninguna palabra, recostándose y dando la espalda al ermitaño que ahora sentía como las paredes de aquella casa se le echaban encima.
Ambos pasaron las horas de la noche durmiendo como si no hubieran podido hacerlo en siglos decentemente, hasta que un fuerte golpe en las escaleras de la casa los hizo despertar de un salto, tomando Roin el hacha por el mango y buscando en las esquinas de aquella casa una amenaza.
- Tranquilo, hombre el norte – dijo Astra mientras bajaba paso a paso las escaleras portando en la espalda su gran espada, y en sus manos una cesta con comida colorida de aquellas tierras – os traigo algo para que comáis – les dijo con una sonrisa característica en su curtida cara.
Los minutos siguientes se pasaron en silencio mientras que los tres recuperaban fuerzas comiendo aquella fruta dulce que les sentó como un alivio para su cuerpo, terminando de recuperar las fuerzas que les quedaban para afrontar todo aquello que la hermandad les ordenara.
- ¿Qué se supone que debemos hacer entonces? – le dijo Linfa mientras se limpiaba la cara con el antebrazo.
Astra aún comía, por lo que tuvo que tragar con esfuerzo para responder aquella pregunta – asesinar a un hombre -.
Los aventureros se quedaron quietos al oír el objetivo de la misión, estando el ermitaño aún con comida entre las manos que terminó por dejar en el lugar de donde la había sacado.
Astra vio el gesto del hombre y el miedo en los ojos de ambos - ¿Nunca habéis matado a nadie? – dijo como si fuera algo normal en la vida de las personas.
- A ver… - quiso expresar las palabras la joven al recordar lo que ocurrió el lado del rio en la montaña – no creo que sea lo mismo que asesinar a una persona -.
Astra tomó aquellas palabras como una debilidad por lo que su rostro cambió completamente tomando una forma seria y con la barba manchada.
- Este hombre es uno de los generales de las patrullas que se dedican a destruir los negocios de aquellos que le son leales a tu hermana – colocó sus manos entre cruzadas – debemos hacer que esa persona pague y que parezca un accidente para que no puedan culpar al gobierno de lo que ha ocurrido – explicó el plan como si fuera algo sencillo.
- Pues nosotros no sabemos de asesinatos – le dijo Roin.
- Para eso estoy yo, para ayudaros en lo que haga falta – y la sonrisa inocente se quedó en la cara de Astra esperando ver que decían aquellas personas – entiendo que lo que os pedimos es complicado, pero no debemos pensar en nosotros, sino en la cantidad de personas que están muriendo por culpa de los dictadores que usan al pueblo como un arma contra el gobierno – Astra limpió sus manos con un trapo que tenía, levantándose del taburete improvisado con una caja que había en la habitación junto a muchas otras – vamos, nos movemos – dijo acompañando a un golpe en su asiento.
Los tres salieron de la casa de nuevo a los estrechos pasillos de aquella ciudad, viendo como el movimiento regular de gente provocaba un ruido continuo y polvareda entre aquellas calles tan estrechas. La luz lo cegó momentáneamente haciendo que un destello llenara sus pupilas hasta que se acostumbraron poco a poco al ambiente.
Salieron de los callejones para volver hacia la plaza donde se encontraron la primera vez, observando mucho más de cerca que aún quedaban rastros de sangre en la arena batida por las pisadas y senderos hechos al arrastrar los cuerpos que habían sido masacrados por los soldados de la ciudad.
- Aquel que está en las escaleras es nuestro hombre – dijo Astra dando la espalda al edificio donde se encontraba la gobernadora.
En lo alto de las escaleras había cuatro guardias armados con los escudos y lanzas correspondientes además de las capuchas cubriéndoles las caras y justo en el medio, en un escalón encima de estos, había un hombre con la misma capucha pero su cara se encontraba destapada dejando ver una cara cuadrada con barba de varios días. Aquel hombre se encontraba riendo con el resto de soldados que lo miraban y escuchaban mientras que hacía gestos acompañados de gritos e insultos en sus palabras.
- Su nombre es Orteg, es uno de los dirigentes más cercanos a la familia Abscal y nuestro mejor amigo a partir de este momento – continuó explicando Astra sin dirigir su mirada hasta aquel lugar.
- ¿Mejor amigo? – preguntó Roin mientras miraba fijamente a la cara del hombre.
- Para poder dar caza a tu presa primero tenemos que saber que costumbres lleva y ahí es donde entraréis vosotros en juego – le dijo mientras que ponían una mano sobre su hombro.
Roin comenzó a sentirse abrumado por la presión del momento ya que jamás pensó que en su aventura se vería involucrado matar a una persona para salvar un reino.
Los dos días siguientes tanto Linfa como Roin dieron vueltas por la ciudad para conocerla y familiarizarse con cada rincón de esta, siempre siguiendo la huella del soldado Orteg, a quien vieron como entraba en negocios por las noches para destrozar las tiendas y posteriormente asesinar al dueño cuando este iba a defender su vida entera.
Los días siguientes fueron cruciales para que el odio acumulado le diera fuerzas a los aventureros a tomar una decisión en su futura misión, siendo esta la de forzar al destino de la muerte que ya estaba asignada.
- Y bien ¿Qué podéis decir de nuestro objetivo? – le preguntó Astra cuando se encontraban a altas horas de la noche en la casa de este en una reunión improvisada.
- Que le gusta gastarse su paga en compañía de mujeres pese a estar comprometido – dijo Linfa al recordar una de las muchas actividades nocturnas del soldado.
- Pues creo que tenemos premio – y la sonrisa en la cara de Astra fue casi tan fulminante como si hubiera clavado su espada en el pecho de una persona.
A la noche siguiente Linfa y Roin siguieron por las calles como habían hecho al soldado hasta que este se acercaba poco a poco a su burdel habitual. Linfa tomó la iniciativa para lanzarse con un cuchillo que le había facilitado Astra de parte de Araña a modo de disculpa, pero Roin cogió la mano de esta antes de que se descubriera del lugar donde estaban ocultos.
- Yo lo haré – le dijo con plena decisión en sus palabras.
Ella no dijo nada para contradecirle, se volvió a ocultar en las sombras y vio como poco a poco su compañero se acercaba por la espalda del soldado estando este ebrio y caminando con dificultad.
Los aventureros se encontraban debajo de las hojas de una planta de abundante espesura, teniendo a su espalda uno de los múltiples callejones estrechos de la ciudad, mientras que frente a ellos se abría una plaza triangular donde una de las esquinas daba a unas escaleras que subían hasta una puerta que presidían la entrada de un monasterio para los dioses de aquella ciudad, en la otra esquina había otro estrecho callejón y la unión entre estos era una pared lisa sin ningún tipo de puerta o ventana, mientras que la pared que unía el monasterio con este último callejón había una puerta solitaria donde un ruido emanaba de sus huecos que holgaban.
El soldado se encontraba caminando por el centro hasta que casi tropieza con uno de los escalones del monasterio, momento que aprovechó Roin para acercase lentamente hasta su espalda con el hacha empuñada en su mano.
El soldado escuchó los pasos que el pesado hombre daba en su espalda y sacó su espada al mismo tiempo que se volteaba y le daba la cara a su agresor. El ermitaño se quedó quieto durante un segundo sin poder hacer nada.
- Te has equivocado de persona a la que robar maldita rata – le dijo el hombre sujetando la espada con una mano y apuntando esta contra el ermitaño – tú no eres de aquí – adivinó el soldado forzando la mirada para intentar verle la cara.
Roin no dudó más tiempo y se lanzó con el hacha levantada sobre la cabeza hacia el soldado, quien con dificultad intentó esquivar el golpe pero cayó rondado al suelo de donde se levantó rápidamente para darle una estocada a Roin provocando un corte en el brazo de este. El ermitaño gruñó con la punzada pero no era más que una herida sin importancia, por lo que dirigió el siguiente golpe directamente contra el cuello del soldado quien con la mano libre le detuvo el arma, quedando frente a frente con su atacante.
- Voy a desgarrar cada parte de tu cuerpo y me haré una funda nueva para mi arma, bastardo – le dijo el soldado con una sonrisa en la cara.
En ese mismo instante una arcada acompañada de un chorro de sangre brotó de su garganta mientras que sus ojos se abrían quedando posteriormente en blanco, haciendo que perdiera la fuerza en el brazo y Roin terminó por alcanzar el cuello del hombre con el filo de su hacha que regó la arena de la plaza en un mudo intentó de gritar una señal de alarma por el silencio muerto que salió de la garganta del soldado que se moría en los brazos del ermitaño.
Al caer este al suelo vio como Linfa sacaba de la espalda el puñal que portaba, estando lleno de la sangre de su presa y una mirada de pánico en aquellos jóvenes ojos. Roin sin embargo tenía la cara llena de sangre y toda el hacha además de parte del brazo que también había salpicado.
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