14 Leyendas; El muerto

 

Se encontraban ambos mirando la sangre que se había repartido entre sus armas y manos, además del reguero que se expandía en el suelo mientras que el cuerpo daba algún espasmo.

Roin sintió una punzada en el corazón al ver la cara que Linfa tenía, pues el miedo en sus ojos brotó en forma de lágrimas. Tomó la bolsa de oro del hombre como se había indicado en el plan que tenían y después agarró la mano de la joven para tirar de ella y escapar de aquel lugar antes de que alguien les viera.

Ambos corrieron por las callejuelas de la ciudad a un ritmo frenético sucumbido por el frenesí que le había proporcionado el asesinar a un hombre de salvaje forma, su respiración era caótica y la cabeza no encontraba cavidad donde ocultar la mirada inyectada en sangre del hombre que yacía muerto en aquella plaza. Poco a poco las calles se hacían más anchas hasta el punto de encontrar otra plaza en la parte opuesta de la muralla, donde chabolas permanecían cerradas por el miedo de las altas horas y los demonios que habitaban la noche. 

Esta plaza tenía forma circular pues se habían formado las chabolas alrededor de una fuente de la que emanaba un pequeño chorro de agua. Roin seguía con la mano de Linfa entre la suya y la obligó a meter ambas manos junto con el arma en la fuente para limpiar la sangre que poco a poco se iba secando. 

- No puedo creer que hayamos hecho eso - dijo ella mientras rascaba con fuerza sus brazos para sacar la sangre.

Roin tomó la muñeca de Linfa con su mano y la miró directamente a los ojos - me has salvado la vida - y ambos quedaron paralizados por un momento en aquel lugar, donde las estrellas bañaban con su luz el agua quedando reflejadas en un destello ondulante. Finalmente la joven rompió el silencio con un abrazo y pequeños llantos que cayeron en el hombro del ermitaño, quien la aferró con fuerza entre sus brazos para espantar su miedo.

- Vaya, vaya... - dijo una voz en sus espaldas - parece que está parejita se ha perdido - al devolver la mirada vieron como tres hombres corpulentos con armas empuñadas se acercaban poco a poco hacia ellos.

- Parece que quería demostrar su amor - dijo otro ellos más bajito que el anterior - pero se han equivocado de fuente - y los tres escupieron una risa de tono desagradable. 

El hombre que se encontraba en el medio tenía una espada de media hoja bastante mal tratada, pero las se notaba que no era la primera vez que la usaba, mientras que los otros llevaban consigo un hacha grande y una porra de madera.
- El dinero – dijo el hombre de la espada quedando oculta su cara entre las sombras de la noche – ahora – dijo entonando con fuerza aquella palabra.
Y el silencio se cortó con un tajo en el viento, cayendo la mitad del cuerpo ese hombre a un lado y las piernas a otro dejando correr una cantidad de sangre descomunal sobre la arena de la plaza. Los otros dos hombres quedaron desconcertados al ver como su compañero había sido partido en dos sin ninguna dificultad mirando a sus espaldas para ver como Astras portaba su mandoble entre las manos cayendo unas gotas de sangre por la hoja de este.
El susto los intimidó haciendo que uno saliera corriendo y el otro cayera al suelo intentando escapar arrastras de aquel lugar. Finalmente se quedaron solos el caballero y los aventureros en un silencio que llenaba las horas constantes de aquella noche.
- Buena habéis liado – dijo Astras mientras limpiaba su espada con la ropa del cuerpo que quedaba en sus pies – al menos habéis cumplido – y rio con fuerza al decir aquellas palabras – vamos a un lugar seguro -.
Caminaron por las calles nuevamente hasta llegar otra casa oculta entre unos árboles donde Astra golpeó con otro ritmo aprendido para informar que era él quien llamaba. En esta ocasión no se abrió ninguna puerta dejando ver unos ojos ocultos en la oscuridad si no que directamente los cerrojos se fueron quitando uno a uno hasta que la madera crujió para dejarles pasar.
La casa era muy pequeña, teniendo una habitación amplia y ninguna puerta más, con distintas estanterías pegadas en las paredes y una alfombra en medio de la sala. Madre se encontraba leyendo algunos papeles que había sobre una de las estanterías en la esquina opuesta a la entrada, mientras que Jungla era la persona que les había abierto la puerta. La luz de la sala era tenue pues apenas tenían dos grandes lámparas de aceite colgadas en el techo de aquella sala por lo que los detalles se ocultaban entre las sombras haciendo que Madre tuviera que moverse para poder leer mejor aquellos textos.
- Al final lo han hecho – dijo Astra mientras dejaba la espada en un hueco que había apoyándola en la pared – y vaya que si lo han hecho – continuó riendo mientras rememoraba como había quedado el cuerpo del soldado desgarrado desde el cuello hasta la tráquea.
- Ahora sí que podemos decir, bienvenidos a la Hoja dorada – dijo Madre levantando la mirada de las hojas que tenía en las manos.
Los aventureros no mediaron palabra, aún tenían sus armas en las manos y algo de sangre en los brazos por lo que al ver aquellas caras Madre dejó de lado lo que estaba haciendo para acercarse a ellos.
- Ha sido un golpe duro para vosotros y lo entiendo, pero ya habéis visto lo que esa gente le hace a los inocentes – extendió los brazos con los que abrazó a la joven que aún temblaba mientras que Roin sujetaba con fuerza su arma notando como las astillas aún salían del corte que tenía – mañana iremos al palacio de la gobernadora – les prometió Madre.
El caballero y los aventureros dejaron el lugar sin decir nada, viendo como por encima de los edificios los primeros rayos de Sol salían para bañar el alba. Astra les acompañó hasta llegar de nuevo a su casa donde cayeron fulminantes en un sueño que poco a poco se transformaba en pesadillas.

A lo lejos, oculto entre los árboles permanecía apoyado en un tronco con su mano delgada llena de largas uñas el líder de los goblins contemplando la ciudad de Cythan.
- Esta ciudad no creo que podamos acribillarla como la anterior – dijo uno de sus secuaces mientras que observaban como la muralla tenía un tamaño ínfimo en la lejanía.
- Tendremos que ser pacientes, el maestro ya ha empezado con los preparativos del otro elemental que capturó – le respondió el líder mientras que daba vuelta a los distintos planes que tenía para los suyos en aquellas tierras – toca echar mano de nuestras bestias – dio la espalda a la imagen petrificada en el horizonte de la ciudadela.

Siendo ya las primeras horas de la tarde los pasos que daba con fuerza Astra al bajar las escaleras de su hogar despertaba a los aventureros de las terribles visiones que habían visto en sueños.
- Espero que hayáis descansado – les dijo sosteniendo una jarra de agua fría.
Los distintos sonidos de dolor y molestia que bramó Roin al moverse en el asiento donde estaba durmiendo dieron a entender que el descanso no fue placentero, mientras que la joven permanecía aún acostada dando la espalda a sus compañeros.
Astra se sentó en la cama de la joven para ver como estaba despertaba poco a poco y se ubicaba en aquella casa, mirando fijamente a los ojos de Astra.
-¿Agua? – le ofreció él.
Ella se recostó hasta quedar sentada, posteriormente dio un buen trago de la jarra y se la ofreció al ermitaño que se levantó despacio según se iban colocando los músculos y doliéndole en los lugares que se tocaba.
- Esta tarde vamos a encontrarnos con la gobernadora y necesitamos que le hagáis llegar un mensaje – dijo Astra en el mismo momento que le quitaba de las manos a la joven la jarra para ofrecérsela al ermitaño que ahora ya podía andar con normalidad.
- ¿Qué mensaje queréis que le hagamos llegar? – dijo Linfa mientras se frotaba los ojos con las manos.
- El mensaje es que morarirá – dijo en un tono llano en sus palabras el caballero quedando mirando a Linfa para ver como reaccionaba.
Esta se quedó quita un segundo y acto seguido golpeó con la mano la cara del caballero que le hizo mover su cara en dirección contraria, sonando con fuerza el golpe que le habría propinado. Roin sin embargo quedó quito con la jarra de agua en las manos y la barba llena de gotas que caían al suelo.
- ¿Cómo que morirá? – preguntó Roin – dijisteis que vosotros estáis interesados en que viva ¿Habéis cambiado de opinión ahora sin más? – volvió a preguntar con mayor volumen en sus palabras.
- No hemos cambiado de opinión – dijo el hombre mientras se rozaba el lado de la cara donde le había golpeado – pero la muerte tan desagradable del soldado ha llamado la atención más de lo que esperábamos – se levantó de la cama para colocar sus brazos de nuevo entrecruzados en su pecho – hemos escuchado que se alzará una revuelta para intentar asesinarla -.
Los tres permanecieron en silencio para asumir su papel en todo lo que estaba ocurriendo.
- ¿Cuándo vamos a verla?- dijo Linfa enfadada.
El hombre movió la cabeza y subió las escaleras esperando que ambos le siguieran siendo así cuando los aventureros consiguieron colocar sus ideas y despertarse de su letargo.
Ya en la calle observaban como la gente estaba más revuelta, como si todo el mundo supiera lo que iba a suceder. Al acercarse a la plaza escucharon como las voces de la gente se acumulaban creando un gran aullido que se elevaba por encima de las casas.
- ¿Esto lo ha provocado el haber matado a un soldado? – dijo Linfa desconcertada.
- No, mira allí – señaló Astra a la otra punta de la plaza, donde un hombre musculado intentaba alzar su voz por encima del gentío – aquel hombre es Abscal, el ricachón que ha movido a toda esta gente para alzarse contra tu hermana-.
Los tres fueron acercándose cada vez más hacia la plataforma donde Abscal estaba dando su discurso.
- Ciudadanos de Cythan, habéis visto como la delincuencia se ha adueñado de este pueblo desde que la Gobernadora Erë ha llegado al poder – y toda la gente comenzó una alabanza de odio – el pueblo no respeta los negocios de la gente, los impuestos injustos hacen que los pequeños aldeanos no tengan con que pagar a sus jóvenes aprendices y se vean obligados a echarlos a la calle – nuevamente la gente alzaba sus voces para gritar e insultar a la gobernadora – y lo peor de todo es que no respetan la justicia, como ya os habréis enterado de que un teniente ha sido brutalmente asesinado en una de nuestras calles cuando regresaba a su casa – y la gente comenzó a bramar con ira en cada una de las palabras que cubrían el ambiente cargado de aquella plaza.
- ¿Hasta cuándo lo consentiremos? – gritó Abscal mientras alzaba ambas manos por encima de su cabeza, seguido de todos aquellos que la escuchaban.
Los aventureros se metieron entre el grupo de gente para escuchar aquellas palabras, viendo como aquel hombre corpulento y gran altura gritaba con una voz ronca a la gente que lo escuchaba cuando se callaba. Los empujones y la falta de aire hacían que estar dentro de aquello fuera insoportable, mientras que la ira se acumulaba por el sofoco que el polvo provocaba al respirar más tierra que aire.
En el edificio donde se encontraba la gobernadora al menos cuatro docenas de soldados permanecían con los escudos colocados en lo alto de las escaleras, mientras que por las ventanas del edificio se asomaban las caras de los trabajadores de aquel lugar.
Astra empujó por el hombro a los aventureros para que le miraran haciendo indicaciones que salieran de aquel lugar por uno de los laterales.
Cuando consiguieron estar fuera tomaron una gran bocanada de aire para compensar lo que allí les faltaba.
- Tenemos que darnos prisa – dijo Astra sin parar de andar hacia el edificio de la gobernadora.
Los tres dieron un gran rodeo al edificio, hasta llegar a una verja de hierro que daba a unas escaleras siendo esta la entrada del personal de servicios del edificio. La puerta estaba salvaguardada por cinco soldados con los escudos colocados y ocultando su cara, salvo el superior que miró directamente a los ojos a Astra y este último le enseñó un colgante de una hoja dorada que tenía oculto bajo su camisa. El soldado dio una orden para que dejaran pasar a los aventureros quedando Astra con el superior en la puerta.
- A partir de aquí os quedáis solos, yo tengo que ayudar a estos hombres para salvar las puertas del gobierno – Astra le dio el colgante a Linfa quien lo tomó en su mano mientras que los ojos verdes dejaban ver fuerza en sus lágrimas – tal vez sea tarde para salvar lo que queda, pero intentar escapar por esta puerta en cuanto todo comience a ser un caos – ella le dio un abrazo mientras que Roin sujetaba con fuerza el hombre del caballero.
Entraron por la verja para bajar unas pequeñas escaleras que daban a una puerta más estrecha, abriendo esta se encontraron con un pasillo de piedra y al final de este una gran despensa con estanterías llenas de todo tipo de alimentos y bebidas. Al fondo a la derecha había un arco de piedra donde una luz quedaba reflejado en una pared lisa, al entrar se encontraron que era la cocida del edificio donde había dos mujeres trabajando cortando algunas frutas de color morado. Ambas mujeres quedaron mirando a los aventureros pero no dieron importancia por lo que continuaron su labor sin decir nada.
Poco a poco iban cruzando puertas hasta llegar a unas escaleras de madera que subían a la primera planta, al final de las escaleras se encontraba una puerta que al abrirse mostraba un gran pasillo que se extendía de derecha a izquierda. A su izquierda quedaban las grandes puertas de la entrada principal donde múltiples guardias permanecían a la espera de órdenes, mientras que la derecha había más puertas y al final unas escaleras. Con cuidado de que no les vieran los guardias fueron por el pasillo hasta subir las escaleras llegando a un descansillo y subiendo en dirección opuesta. El edificio por dentro era igual en todas partes, cada seis metros una columna de madera decoraba la pared y entre columna y columna un cuadro de algún gobernador o una puerta que daba a distintos despachos. El suelo era de piedra cubierto por una alfombra continua de color rojo, mientras que las columnas colgaban antorchas que iluminaban toda la estancia.
En la segunda planta se planteaba el mismo escenario, pero al final del todo había una puerta de hierro y dos guardias con las lanzas en la mano. Tanto Roin como Linfa se acercaron y se asustaron al ver que los guardias colocaban sus lanzas en posición cuanto más cerca estaban, finalmente Linfa le enseñó el colgante que Astra le había dado y uno de los guardias colocó la postura mientras que miraba al otro y asentía la cabeza para que este le abriera la puerta. La puerta de hierro resonó y la luz de la ventana que se encontraba enfrente destelló dejando ciegos durante un momento a los aventureros, en frente de la ventana se encontraba la figura alta, delgada de cabello corto castaño y piel blanca de una mujer, vestida con una túnica de seda blanca y los brazos cruzados con cara de preocupación en su mirada.
- Erë – dijo Linfa al verla.
Ambas mujeres corrieron la una a la otra con los brazos abiertos para después darse un efusivo abrazo lleno de nostalgia.
- Linfa, no puedo creer que de verdad seas tú – dijo Erë mientras que acariciaba la cara de su hermana, las lágrimas brotaban de ambas por igual – es increíble todo lo que está ocurriendo-.
La puerta se cerró cuando entró Roin en la estancia y Erë le miró desconcertada.
- Él es Roin, ermitaño de las montañas del norte, y está aquí por ha venido ayudarnos – dijo Linfa y Roin alzó la mano con vergüenza para saludar a la mujer.
- ¿Te está ayudando un humano? – le dijo esta mientras sonreía.
- Se lo prometió a Hela – le respondió Linfa, y esas palabras sentaron como un puñal en el corazón de la mujer que quedó con la boca abierta durante unos segundos hasta que un gran estallido sonó por la ventana.
Erë fue corriendo para ver qué pasaba y la situación era mucho peor de lo que esperaba, mientras que los soldados aguantaban oleadas de empujones de toda la gente que se iba acumulando en la plaza, al final del gentío unos hombres bien preparados estaban facilitando armas a todos aquellos que se encontraban.
- ¡Atacar! – gritó Abscal mientras que su mano se movía con firmeza al centro donde estaban.
Y la masacre llegó hasta las primeras filas cuando los soldados comenzaron a ensartar a todas las personas con sus armas.

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