18 Leyendas: el camino de las cuevas. (I)

 La carnicería había llegado a su fin, algunos pocos hombres habían conseguido escapar de aquella bestia que como un manto cubrió todo lo que tocaba con el color de la muerte. Por otro lado, los goblins habían conseguido esconderse a tiempo para que el número de bajas en sus filas no fuera tan notable.

-Los humanos que se han escapado avisarán al resto de ellos, señor - dijo el ser con el bulto en la espalda al líder, el cual veía como aquella bestia seguía consumiendo carne entre sus fauces.

-Para cuando quieran prepararse tendremos muchos más como eso con nosotros- respondió el líder mientras permanecía con su mirada fija en la bestia, mostrando en su sonrisa un atisbo de placer.


Los primeros rayos de luz caían sobre aquel escenario sobrecogedor y el reflejo de estos se proyectaba contra los charcos de sangre que enrojecían el aire de la zona. Aquellos rayos golpearon a la bestia en su espalda que no se percató de lo que ocurría. Como el fuego que consume a su paso un bosque, una nube de humo empezó a emerger en la espalda de la bestia acompañado del sonido hueco que emitió en un grito agudo hacia el cielo.

-¿Qué ocurre señor?- le dijo el ser con el bulto en la espalda.

-Es una bestia de la oscuridad, no le puede dar la luz, eso las mata- respondió el líder automáticamente, y su mirada se regocijó de placer al ver aquella bestia chillar con un agudo tono de dolor que alzaba al cielo el fin de sus días, revolcando su inmensa figura sobre los charcos de sangre que previamente había regado con sus víctimas.


A lo lejos, los aventureros continuaban su camino entre los tonos verdes y marrones que el bosque usaba para tapar la luz del cielo. Cuanto más seguían los senderos la montaña alzaba su presencia en el horizonte y eso le llenaba de felicidad a Roin. El camino que seguían finalmente se bifurcaba en otros dos, donde un tramo bajaba la ladera de la montaña y el otro empujaba una cuesta hacia la nevada roca picuda.

-¿Qué sendero debemos tomar? - preguntó Linfa mientras valoraba las opciones con un meneo de cabeza.

- Creo que el camino que debemos tomar es el de la derecha - acompañó aquellas palabras con un gesto suave de la mano hacia el camino que bajaba la montaña.

- La ciudad de Rother se encuentra entre dos grandes montañas, no creo que debamos abandonar el camino que nos separa de esta - dijo el ermitaño mientras hizo ademán de sacar el mapa, pero un ruido proveniente del bosque le asustó y rápidamente sacó el hacha. Las hermanas observaron como su compañero se preparaba y dirigieron la mirada hacia los árboles. Nuevamente, aquellos seres altos armados con arcos y lanzas hacían presencia entre las ramas.

Ágilmente saltaban de una a otra sin apenas perturbar a las hojas, con tan sólo un pequeño balanceo en cada rama donde pisaban los pies. Eran cuatro, pero su destreza superaba en mucho la de los aventureros, por lo que no perdieron el tiempo y optaron por el camino que les alejaba del bosque. En otras circunstancias Roin se alegraría por ello, pero ahora sólo podía pensar en no quedarse quieto.

Corrieron largo rato esquivando las piedras del camino y pese a que los seres que les perseguían eran bastante ágiles, se notaba que no era su entorno preferido las ásperas rocas de la montaña. Cuando el cansancio hacia mella en su carrera, el ermitaño no tuvo más remedio que pararse jadeando a duras penas en aquel aire que empezaba a enfriar el entorno.

-¿Qué haces Roin? - dijo Linfa asustada - ¡No puedes pararte aquí! - y fue a tenerle una mano a su amigo.

-¡No! - le quitó rápidamente el intento con aquel grito- no puedo seguir este ritmo, marchaos y os haré ganar tiempo - aquellas palabras se cortaron en el momento que una flecha golpeaba con una roca situada al lado del ermitaño, haciendo que le devolviera la furia hacia los enemigos que cada vez estaban ganando más terreno.

Roin agarró con fuerza el mango del hacha, mientras que uno de los seres saltaba con la punta de la lanza directamente hacia el ermitaño. Dos metros separaban a este ser del suelo y la vida imagen de lo que acontecía hizo encoger en dolor el corazón de Linfa que permanecía sujeta entre los brazos de Ere con un grito de tristeza. 

Todo fue el acto previo que cesó en el momento que un fuerte sonido similar a un trueno retumbó entre las paredes de las rocas frías y una gran fuerza hizo que el ser con la lanza que marcaba la muerte del ermitaño se viera empujado con violencia en su pecho hacia atrás. Golpeando con un gran chasquido de su cabeza entre las piedras que se situaban justo delante de sus semejantes, los cuales pararon la carrera y observaron hacia la montaña para ver donde había venido aquel ruido.

Un segundo estruendo se presentó acto seguido y golpeó directamente en la cara de otro de ellos quien, al igual que su compañero, cayó de espaldas separando los pies del mismo suelo en el vuelo. Aquellos que habían sobrevivido escaparon del lugar por el mismo camino que ya habían recorrido dejando atrás los cuerpos caídos de sus hermanos.

Los aventureros permanecían ocultos en el suelo, tras las rocas con las cabezas agachada por miedo a ser los siguientes.

-¿De dónde ha venido eso? - dijo Ere mientras cubría con sus brazos a su hermana.

- Permaneced agachadas y no os mováis - les advirtió Roin.

Al poco tiempo un hombre de pequeña estatura, con una barba tan larga que la pisaba, cubierta de adornos dorados y de pelo blanquecino, apareció tras unas rocas situadas por encima de sus cabezas.

-¡No se os ocurra moveros sin que yo os lo diga!- les gritó, mientras que entre pisadas muy torpes pero sorprendentemente eficaces bajaba la ladera de la montaña portando en sus manos un tubo metálico con retoques plateados y letras grabadas a pulso.

Aquel ser se puso delante de Roin sin bajar un solo instante el tubo que tenía en las manos, asombrando al ermitaño con la increíble capacidad para mantenerlo estable en todo momento.

-Veo que os gusta la fiesta - dijo el hombre de pequeña estatura entre dientes amarillos y bien alineados. Aquel ser se notaba que era robusto como una roca, y pese a su pequeño tamaño podía moverse muy rápidamente. Sus ojos azules estaban escondidos detrás de unas grandes cejas, y la ropa que llevaba era una armadura de mental que permanecía debajo de un gran pelaje de color grisáceo como la ladera de la montaña. Sólo resaltaba en él un casco que llevaba puesto metálico y con dos pequeños cuernos que sobresalían de unos aros dorados donde iban anclados.

El hombre puso sus dedos en la boca y silbó con fuerza. Aquel pitido agudo se escondió entre las rocas y de ellas aparecieron hasta cinco seres más con tubos iguales que sus compañeros o incluso alguno llevaba uno mucho más largo con unos cristales cubiertos por un soporte de madera laboriosamente labrado.

-Estabais bien jodido si os daban caza estos seres - dijo el hombre mientras bajaba las manos y tomaba una postura mucho más afable. Hasta el punto que sonrió. 

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