19 Leyendas: el camino de las cuevas. (II)
Los pequeños hombres ayudaron a Roin a levantarse, mientras que otros recogían las partes aprovechables de los cadáveres.
- No se como expresar mi gratitud - dijo Ere en un tono cordial aún con el nerviosismo en su cuerpo marcando las palabras.
El hombre se acercó a ella y la tomó la mano con cuidado, después la besó y volvió a sonreír, siendo ya una característica propia suya.
- Mirad, venir que os mostraré algo - le dijo a los aventureros a la par que hacía gestos con las en cogidas manos.
Se acercó al cadáver que momentos antes había intentado insertar una lanza en el pecho del ermitaño dando aquel salto. Su pecho se había abierto de par en par por el impacto de aquel trueno, y un fino hilo de sangre caía por su boca.
- Llevamos tiempo viendo a estos seres merodear por los bosques y estamos bastante preocupados que pueda estár ocurriendo - Con los rechonchos dedos abrió el párpado de aquel ser que yacía en el suelo, y en sus cuencas de los ojos solo se apreciaba un vacío oscuro que se ramificaba por los laterales en forma de raíces hasta llegar casi al cuero cabelludo.
- Nunca llegamos a darnos cuenta que tenían esas marcas - dijo Roin, asombrado al ver las marcas que se expandían en la cara.
- Estos seres son elfos, pero han sucumbido a la oscuridad - el hombre soltó la cabeza del cadáver y dio un paso hacia atrás - han sido presar de algún hechizo y ahora siguen las directrices de algún señor oscuro - terminó de decir el hombre con un tono de tristeza poco característico en él.
Tal cual el enano terminó sus palabras, como un rayo veloz, el cadáver tomo vida y se levantó del suelo con un grito ronco mientras echaba mano a un puñal que colgaba de su cadera y con la otra mano intentaba agarrar a Linfa quien era la que más cerca se encontraba. Fue una fracción de segundo lo que tardó aquel ser en volver al suelo con el golpe seco que le propinó el impacto de una bala que salió disparada del tubo metálico del enano.
El silencio, y un humo blanquecino el cual salía de la boca del tubo, fue lo único que quedó presente mientras todos se recomponían del susto.
- Es mejor que nos vayamos - dijo el enano con un tono serio en sus palabras.
Y comenzaron su camino hacia las montañas pasando por senderos aún más pequeños y cada vez más escondidos. Roin se sentía como en su hogar, por lo que poco a poco iba cogiendo agilidad y destreza en sus pisadas, pero sus compañeras se veían con más problemas para pasar entre aquellos caminos pensados para evitar a los curiosos. De las dos, Ere fue la que más problemas tenía para dar cada pisada, abrigada con ropa que Roin le había dejado, no dejaba de tener unas sandalias que fue con lo único que había podido coger antes de salir corriendo de su antigua ciudad.
Tras una larga caminata subiendo montañas finalmente llegaron a un punto donde un arco de piedra sin tallar pero maravillosamente estructurado hacía de puerta a unas escaleras de piedra. Al subir por aquellas escaleras se toparon con una puerta de metal oscuro que se escondían en una gran grieta clavada en la montaña. La fila se componía por tres enanos estando en cabeza quien había hablado más rato con Roin y las hermanas, los aventureros seguidamente y otros tres enanos más quienes cerraban el paso.
El enano golpeó con fuerza la puerta, la cual permaneció impasible y de nuevo volvió a ser golpeada con más fuerza aún. Una pequeña abertura apareció en la propia roca y unos ojos oscuros asomaron envueltos en cejas de color marrón, esta se volvió a cerrar y automáticamente el traqueteo de una cadena empezó hacer su funcionamiento haciendo que las puertas se abrieran poco a poco ante ellos.
Pese a que la entrada era pequeña para una altura normal provocando que los aventureros se tuvieran que agachar para pasar por ella, esta daba acceso a un espacio enormemente tallado en la misma montaña.
Una sala de enorme tamaño se presentaba ante los ojos asombrados de los aventureros, donde los colores dorados y plateados se juntaban con un sin fin de joyas incrustadas en grandes pilares alzadas hasta una altura incalculable. Tapices adornaban las paredes allá donde la mirada alcanzaba y miles de antorchas iluminaban cada uno de los rincones que había dentro de la montaña.
- Es precioso - dijo Linfa - como se mezclan los colores de manera tan maravillosa con las luces del fuego - e instintivamente tuvo el afán de agarrar el collar que caía por su cuello al acordarse de su hermana.
Más en el fondo, donde las luces no alcanzaban a cubrir las paredes, estas se encontraban cuidadosamente esculpidas a mano, con miles de símbolos que hacían referencia a su idioma. Tirando columnas de inmenso tamaño hasta un cielo cubierto por la noche, donde miles de piedras preciosas simulaban constelaciones al brillar por el reflejo de las antorchas que aduras penas si conseguían alcanzar el lugar.
El suelo, también cubierto de piedra y alfombras, hacía sonar el paso de cada uno de los enanos que andaba por el lugar, ya fueran sus botas o las armaduras metálicas que golpeaban entre pequeños pasos. Cada varios metros una pequeña entrada tapada por una puerta de metal bien lograda en su acabado daba acceso a los miles pasillo que se ramificaban por la montaña. Desde despensas para la comida, cuarteles, habitaciones independientes para cada uno de los miles de enanos, salas de prácticas de tiro, armerías, tenían tantas habitaciones como aquella montaña daba de si para ser trabajada.
- Toda mi vida me la he pasado explorando las montañas de mi tierra, entre bosques y nieve, pero jamás pensé que estaría algún día dentro de una - dijo Roin, maravillado por tal laborioso trabajo empeñado en estos hombres de tan pequeña estatura.
Los aventureros no daban de si entre cada una de las entradas, solo agradecían que a estos enanos les encantaran las habitaciones bien amplias en espacio hacia el techo puesto que cada vez que pasaban por una puerta se veían obligados a bajar hasta la mitad de su altura. Finalmente llegaron a una sala alargada donde una mesa de piedra decorada con figuras labradas en la misma se presentaba en medio de esta, mientras que una serie de manteles cubrían el centro de la mesa y grandes figuras de enanos que en antaño habían sido reyes se alzaban por encima de las cabezas de los aventureros.
Al fondo de esta sala, subiendo por unas escaleras un gran trono de color oscuro hecho por un material que se solo podría ser obtenido cavando en lo más profundo de la montaña, estaba sentado un enano de pelo oscuro y barba enorme. Su gran nariz y los ojos oscuros daban una sensación de fortaleza y mandato, autoridad y respeto.
- Saludos extranjeros - dijo con una voz ronca y tan profunda como si saliera de una cueva - ¿A qué se debe esta visita de cortesía?-
El enano que les había guiado por todas las galerías de la montaña dio varios pasos para ponerse por delante del grupo, y apoyando una rodilla en el suelo agachó la cabeza.
-Señor, estos humanos estaban siendo cazados por elfos corrompidos, al verlos nos vimos obligados a echarles una mano - no levantó la cabeza al decir aquello - eran cuatro los que les seguían, pero dos consiguieron escapar - continuó.
El enano del trono se quedó pensativo ante las palabras de su pequeño compañero mientras que con un aura de profunda soledad dejó en blanco su martillada cara para centrarse en como debía actuar como rey. Finalmente, sin mediar palabra, se levantó del trono y comenzó a dar pasos hasta los aventureros hasta que llegó al frente de Roin, quien sintió temor al tener al rey de los enanos de aquella mirada tan profunda examinando cada rostro de su cara.
- Bien podrías ser tu un enano con semejante barba - dijo mientras que las mejillas desplegaban una enorme sonrisa y a la par que se alzaba una carcajada en cada una de las gargantas de los enanos cuyo ruido atronador rebotaba por toda la estancia como el martillo que cae sobre el yunque. Todos echaron a reír - seguirme malditos, creo que puedo mostraros algo que os gustará - y apartó a Roin con una fuerza descomunal para el tamaño que tenía tan solo con una de sus manos.
Y de nuevo comenzaron una gran caminata por todas las estancias y pasillos que habían sido esculpidos a modo de ciudad de inmenso tamaño. Cada puerta que cruzaban daba a una estancia cuyo toque personal hacía que fuera única y por ello su belleza era incomparable a las anteriores. Llegaron a un lugar donde una plataforma con barandillas de metal colgaba en lo alto de un agujero de gran diámetro. El rey subió primero con firmeza y sin vacilar pese al balanceo de esta plataforma, seguidamente iban Linfa y Ere, quien esta última tembló un instante al ver como se movía pasando por fin Roin tras ellas quien entró bruscamente e hizo que se moviera aún más, acompañado de la mirada de desaprobación por cada uno de los que había allí subidos. Se limitó a sonreír a modo de disculpa.
Aquel ascensor comenzó a bajar lentamente y poco a poco se notaba como la presión iba haciendo fuerza sobre los aventureros, mientras que el calor aumentaba y la oscuridad era combatida por una antorcha que portaba otro enano que iba con ellos. Tras varias decenas de metros en caída por aquella plataforma finalmente llegó a su fin, haciendo tope en la entrada de un túnel que estaba excavado y soportado por múltiples pilares de piedra a los laterales. Grandes terrenos de tierra sucumbida al golpe de los picos se extendían ante su mirada en la boca de aquel mazmorra, donde el sonido que venía de las profundidades iba perfectamente acompañado del movimiento de carros y gritos de los enanos.
- Desde hace tiempo estamos viendo como esos seres han intentado hacerse un hueco en las sombras - dijo el rey a la par que soltaba la palanca con la que había regulado la velocidad del ascensor - pero lo más sorprendente es la nueva adquisición que hemos hecho en nuestras filas - comenzó a dar pasos hacia el interior del túnel, donde el calor cada vez era más insoportable.
Los aventureros se veían agobiados por salvaje calor que penetraba en cada una de sus finas capas, mientras que la presión y la claustrofobia iba adueñándose de ellos lentamente. Tal como el desplegar de habitaciones que había en el interior de la montaña, las hileras de túneles no se separaban mucho de ese marco. En algunos sitios se topaban con grandes socavones cavados en la propia roca y en otros unos hornos de inmenso tamaño alimentados por la lava que navega en el interior de la tierra se presentaban imponentes para fundir los duros metales que eran extraídos por los enanos.
Una puerta de madera daba acceso a un túnel de menor tamaño, donde una decena de enanos picaban sin descanso alguno en las paredes de los túneles. El rey iba pasando ante ellos y sin embargo ninguno se daba la vuelta para hacer una reverencia, pues la labor que les había sido encomendada era de mayor importancia. Entre todos los enanos, la figura de una mujer se alzaba al fondo del túnel, con unos fuertes brazos bañados en el sudor del esfuerzo al picar roca tras roca, se escuchaba su jadeo en los movimientos violentos al golpear. Largo cabello oscuro le caía por la espalda enlazado en una gruesa trenza y sujetado por los mismos adornos dorados que los enanos llevaban en sus barbas.
Su cuerpo, de tez morena se marcaba en cada uno de los músculos labrados al fuego que se cocía en aquellos túneles. Un fuerte abdomen hacía la presencia en el ejercicio de inclinarse y las piernas estaban cubiertas por una cota de malla de ligero espesor que le daban una apariencia de ser una formidable máquina para excavar.
-¿Tokën?- dijo Linfa
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